Foto: LOSINPUN / Flickr (Licencia Creative Commons)
Durante los primeros años de expansión de Internet, el tecnoptimismo vio en la red un espacio topológico libre de fronteras, en el que la movilidad sería casi infinita, y donde las relaciones serían simétricas y horizontales. Sin embargo, con el tiempo, diversos autores señalaron las grietas de la utopía. David Morley, Jack Goldsmith, Tim Wu y Juan Piñón nos muestran por lo menos dos fisuras del sueño: Internet y su mundo virtual está inevitablemente atado a la geografía física y está montado sobre una infraestructura que, valga decir, tiene dueños, muy pocos dueños.
Cuando pienso en las primeras nociones sobre Internet, pienso en las topologías de redes mesh o fully connected, donde todos los nodos tienen el mismo peso, mantienen la misma distancia entre sí, y todos están conectados. Es una topología, digamos, horizontal. Las ideas prematuras sobre Internet veían una red como un lugar extraterritorial o libre de fronteras y donde era posible escapar de las fauces de los gobiernos. En otras palabras, Internet como un lugar donde la comunicación sería libre, abierta y universal. Sin las fricciones de la geografía ni de los Estados. Goldsmith y Wu citan la frase de John Perry Barlow para ilustrar esta noción: “Information wants to be free” (2006, p. 51). Hay más predicciones que fueron cayendo, pero me parece que esas son las más importantes.
Usualmente pensamos en Internet como una entidad etérea y deslocalizada, pero las reflexiones de autores como Morley (2017) y Goldsmith y Wu (2006) demuestran que la geografía importa, que el funcionamiento de la Red está atado al territorio, a sus características físicas, a sus condiciones políticas y a su historia. Si, por ejemplo, observamos los mapas que muestran la ubicación de los centros de datos o granjas de servidores de grandes empresas como Google o Amazon, fácilmente nos daremos cuenta de que la mayor parte está ubicada en Estados Unidos y Europa. Si agregamos al mapa el cableado submarino, notaremos que esas mismas regiones son las más conectadas entre sí. En términos de análisis de redes, son los nodos de mayor peso. Los más grandes y dominantes. Y esto obedece, entre otras razones, a circunstancias históricas, incluso coloniales, y a condiciones de equipamiento de las ciudades. Goldsmith y Wu, citando a Anthony Townsend, afirman que la red de Internet, en lugar de abrir nuevos caminos, refuerzan los centros de poder existentes. Morley (2017), por su parte, afirma que es un error pensar que los antiguos centros de poder colonial han dejado de funcionar.
Internet, además, está montado sobre una red de cables, servidores y ruteadores. La eficacia de la comunicación en Internet depende, entonces, de un soporte material sólido. Como afirma Morley (2017), citando a Bruno Latour, la digitalidad aumenta la dimensión material de la comunicación. A mayor digitalidad, mayor materialidad. Morley da un dato: el almacenamiento y transporte de datos consume 50% más energía que la industria de la aviación. Según reportes periodísticos, un centro de datos de Google consume la misma energía que 80 mil hogares. La materialidad de Internet, además, tiene dueños y son pocos. Internet no fue ese lugar democrático y con distribución uniforme que los primeros teóricos previeron. En esta topología jerárquica, unos pocos tienen poder sobre la información, el contenido, y sobre su flujo o direccionalidad.
La Web muestra cada vez más el mismo tipo de jerarquía que las industrias de medios convencionales en la medida en que un número muy pequeño de nodos poderosos (Facebook, Microsoft, CNN, BBC, Google, Amazon, etc.) poseen una gran cantidad de enlaces y, por lo tanto, llegan a dominar la topología de la web. (Morley, 2017, p. 104)
Piñón (2020), al estudiar los servicios de streaming de video, en su modalidad de Video on Demand (VoD), ha demostrado el dominio global que tienen las corporaciones estadounidenses como Netflix, Amazon y HBO. Pero también, el de las compañías que dotan de hardware y software para que aquellas funcionen, como Oracle, Verizon, Cisco, Akamai, Apache, Rackspace, RedHat, ServiceNow, Mailchimp, AppNexus, GoDaddy. Estas empresas, en algunos casos como México, están acabando con los monopolios nacionales, aunque estos, también poseedores de infraestructura previa, han logrado rescatar una parte de la tajada. Tal es el caso de Claro, que utiliza las redes de Telmex y América Móvil.
Finalmente, Internet no escapó del control y vigilancia de los gobiernos. Si bien le complicó la tarea a los Estados, no resulta imposible el seguimiento de actividades delictivas o subversivas. Dado que los usuarios están geográficamente ubicados y utilizan algún tipo de soporte material para conectarse (teléfonos móviles, por ejemplo), es posible interceptarlos. La clave está, señalan Goldsmith y Wu (2006), en amenazar e intervenir a los intermediarios locales. Los gobiernos no pueden atrapar a todos los consumidores de pornografía infantil, pero sí presionar a los dueños de los servidores que están en el territorio nacional para que eliminen las imágenes de su infraestructura. El gobierno norteamericano no puede arrestar a todos los que descargamos libros de Zlibrary, pero sí le fue posible intervenir la el dominio para que en lugar de que éste apunte a la IP y al servidor de la librería digital, refleje una imagen del FBI que nos advierte que estamos cometiendo un acto ilegal, es decir un acto vinculado a un territorio con leyes y gobierno.
Referencias
Goldsmith, J. & Wu, T. (2006). Why geography matters. Who Controls the Internet?: Illusions of a Borderless World. Oxford University Press.
Morley, D. (2017). Geography, Topography, and Topology: Networks and Infrastructures. The Migrant, the Mobile Phone, and the Container Box.Wiley-Blackwell.
Piñón, J. (2020). Un reconocimiento de la infraestructura de la red de internet para servicios de VoD en Latinoamérica. En G. Orozco (Ed.), Televisión en tiempos de Netflix. La nueva ficción en la oferta mediática (pp. 127-154). Universidad de Guadalajara.