Mientras aprendía a utilizar Excel con mediana dignidad, alguien me presentó R. No entendí exactamente qué lo hacía especial ni para qué podía serme útil en mi trabajo como periodista. Pero exploré. Me inscribí en un curso y el resultado fue fatal: entendí nada, un tanto por la complejidad del tema, otro grandísimo tanto por mi indisciplina y un tanto más por mi incapacidad para manejar la frustración que R provoca.

Abandoné el tema durante un año hasta que un tuit de Data Cívica (@datacivica) anunció un curso de R para periodistas. Esta vez la historia fue distinta: comencé a entender, ensayé y utilicé lo aprendido. No soy un experto, apenas un aprendiz. Tampoco fue sencillo, fue un camino lleno de angustia y ansiedad. No podía ser de otra manera, así se aprende R, sobre todo cuando tienes poca o nula experiencia con algún lenguaje de programación.

La herramienta R nos mete en embrollos emocionales no porque se trate de un conocimiento para los intelectualmente privilegiados. No. En esencia, R nos lleva a la zozobra porque exige una nueva forma de pensar los datos: de ordenarlos, de manipularlos -en el mejor de los sentidos- y de visualizarlos. Los periodistas, en los casos más optimistas, estamos familiarizados con Excel, y hacer un quiebre mental representa un reto grande, muchas veces insuperable tras el primer intento.

Dos ejemplos quizá obvios pero significativos para periodistas: 1) estamos acostumbrados a ver las filas y las columnas en Excel todo el tiempo, en R intervenimos la base de datos sin verla todo el tiempo; 2) en el software de Microsoft hay funciones que se aplican de diversas formas, y R es lenguaje lógico-matemático y no más. Estos dos elementos son la primera parte del martirio para el periodista que se enfrenta por primera vez a la consola de R.

Una vez que el pensamiento se adapta y las cosas comienzan a adquirir claridad, la potencia de la herramienta emerge como una ciudad a lo lejos. Digamos que para ejercicios sencillos como sumar filas de una columna, Excel parecería más fácil. Pero los ejercicios más complejos, como unir dos bases de datos o hacer una base de una base más amplia, se vuelven mucho más fáciles de ejecutar con R.

Afirmaré algo a riesgo de parecer cursi: llega un momento en que amas a R. Con R el análisis se vuelve más poderoso. Con R imaginas gráficas más allá del malogrado pastel. Con R detectas historias, ya sea en el promedio o en las anomalías. Las posibilidades de aprovechar los datos son mayores que con Excel o algún otro software tradicional y no abierto.

Muchas veces, cuando de estadísticas se trata, los periodistas nos quedamos con el boletín y no aprovechamos la totalidad de las encuestas, censos o bases de datos, ya sea por órdenes del editor, por falta de tiempo o -hay que decirlo- por falta de habilidades técnicas. R nos permite explotar todas esas fuentes de información, lo mismo para encontrar nuevas historias que para verificar el discurso de algún personaje público.

R es gratuito y la comunidad de desarrolladores es grande. Cualquier cosa que necesitemos o imaginemos que haga R, alguien más ya lo imaginó y podemos echar mano de ello.

Finalmente, a riesgo de caer en hipérbole, sostengo que R puede mejorar la calidad del periodismo local, donde los recursos materiales son limitados pero la imaginación innagotable. Sólo es cuestión de atravesar un lapso doloroso pero necesario.